La serendipia (serendipity en inglés) es un descubrimiento o un hallazgo al que se llega de forma afortunada o accidental, por casualidad, normalmente cuando se estaba buscando otra cosa, que resulta valiosamente inesperado. Para darse cuenta de ese hallazgo el investigador tiene que tener los suficientes conocimientos como para reconocerlo y saber de su importancia, aunque no tenga relación con lo que buscaba.
En la ciencia ha sido frecuente llegar a avances relevantes producto de la casualidad, de la serendipia. Uno de los más conocidos es el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en 1922. Fleming estaba analizando un cultivo de bacterias, cuando se le contaminó una placa de bacterias con un hongo. Más tarde descubriría que alrededor de ese hongo no crecían las bacterias e imaginó que ahí había algo que las mataba. Aunque él no fue capaz de aislarla, ese episodio dió inicio al descubrimiento de la penicilina.
En la literatura o el cine también se han dado serendipias, cuando el autor de la obra literaria, o el director o guionista de cine, han imaginado algo que en su época no se conocía y que, años posteriores, se demuestra que existe de verdad tal y como los definió el autor. Por ejemplo, Jonathan Swift, en su libro Los viajes de Gulliver, en 1726, describe dos satélites en Marte, lo cual se descubrió que así era tiempo después. No hay que confundirlo cuando en el cine de ciencia ficción se adelantan inventos que casi todo el mundo sospecha que tarde temprano van a existir.
En el siguiente vídeo vamos a ver un caso de serendipia. El doctor húngaro Ignaz Philipp Semmelweiss, en 1947, descubrió de forma accidental algo que nos esmeramos hoy día en hacer con motivo del COVID19, lavarnos las manos de forma concienzuda para prevenir la infección.
No podéis negar que es apasionante la historia.
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